Being human, we each view ourselves as a unique and independent individual, but we're never alone! Millions of microscopic beings inhabit our bodies, and no two bodies are the same. Each is a different habitat for microbial communities: from the arid deserts of our skin, to the villages on our lips, and the cities in our mouths. Even every tooth is its own distinctive neighborhood, and our guts are teaming metropolises of interacting microbes. And in these bustling streets of our guts, we see a constant influx of food, and every microbe has a job to do. Here's a cellulolytic bacteria, for example. Their one job is to break down cellulose, a common compound in vegetables, into sugars. Those simple sugars then move along to the respirators, another set of microbes that snatch up these simple sugars and burn them as fuel. As food travels through our digestive tract, it reaches the fermentors who extract energy from these sugars by converting them into chemicals, like alcohol and hydrogen gas, which they spew out as waste products. Deeper in the depths of our gut city, the syntrophs eke out a living off the fermenters' trash. At each step of this process, energy is released, and that energy is absorbed by the cells of the digestive tract. This city we just saw is different in everyone. Every person has a unique and diverse community of gut microbes that can process food in different ways. One person's gut microbes may be capable of releasing only a fraction of the calories that another person's gut microbes can extract. So, what determines the membership of our gut microbial community? Well, things like our genetic makeup and the microbes we encounter throughout our lives can contribute to our microbial ecosystems. The food we eat also influences which microbes live in our gut. For example, food made of complex molecules, like an apple, requires a lot of different microbial workers to break it down. But, if a food is made of simple molecules, like a lollipop, some of these workers are put out of a job. Those workers leave the city, never to return. What doesn't function well are gut microbial communities with only a few different types of workers. For example, humans who suffer from diseases like diabetes or chronic gut inflamation typically have less microbial variety in their guts. We don't fully understand the best way to manage our individual microbial societies, but it is likely that lifestyle changes, such as eating a varied diet of complex, plant-based foods, can help revitalize our microbial ecosystems in our gut and across the entire landscape of our body. So, we are really not alone in our body. Our bodies are homes to millions of different microbes, and we need them just as much as they need us. As we learn more about how our microbes interact with each other and with our bodies, we will reveal how we can nurture this complex, invisible world that shapes our personal identity, our health, and our well-being.
Seres humanos, cada uno un individuo único e independiente, pero, ¡nunca estamos solos! Millones de seres microscópicos habitan nuestros cuerpos, y no hay dos cuerpos iguales. Cada uno es un hábitat diferente para las comunidades microbianas: de áridos desiertos en la piel, a aldeas en los labios y ciudades en la boca. Incluso cada diente es un barrio con sus características, y en los intestinos hay metrópolis de microbios que interactúan. Y en estas ajetreadas calles del intestino, vemos un flujo alimenticio constante y cada microbio tiene un trabajo que hacer. Esta es una bacteria celulítica, por ejemplo. Su único trabajo es romper la celulosa, un compuesto común en vegetales y azúcares. Esos azúcares simples luego pasan a los respiradores, otro conjunto de microbios que toman estos azúcares simples y los queman como combustible. Conforme la comida viaja por el tracto digestivo, llega a los fermentadores que extraen energía de estos azúcares convirtiéndolos en químicos, como alcohol y gas de hidrógeno, que despiden en forma de desechos. En lo profundo de nuestra ciudad intestinal, los síntropos complementan sus ingresos con la basura de los fermentadores. En cada paso de este proceso se libera energía y esa energía es absorbida por las células del tracto digestivo. Esta ciudad que acabamos de ver es diferente en cada persona. Cada persona tiene una comunidad única y diversa de microbios intestinales que puede procesar alimentos de diferentes maneras. Los microbios intestinales de una persona quizá pueden liberar sólo una fracción de las calorías que los microbios intestinales de otra. Entonces, ¿qué determina la membrecía de nuestra comunidad microbiana intestinal? Bueno, factores como nuestra constitución genética y los microbios que encontramos a lo largo de la vida pueden contribuir a nuestros ecosistemas microbianos. Los alimentos que comemos también influyen en qué microbios viven en nuestro intestino. Por ejemplo, los alimentos compuestos por moléculas complejas, como una manzana, requieren una gran cantidad de trabajadores microbianos diferentes para romperla. Sin embargo, si un alimento está compuesto por moléculas simples, como un dulce, algunos de estos trabajadores quedan sin trabajo. Esos trabajadores abandonan la ciudad para nunca regresar. Y las comunidades microbianas del intestino no funcionan bien con poca diversidad de trabajadores. Por ejemplo, los humanos que tienen enfermedades como diabetes o inflamación intestinal crónica por lo general tienen menos variedad microbiana en sus intestinos. No comprendemos cabalmente la mejor manera de manejar nuestras sociedades microbianas individuales pero es probable que los cambios en el estilo de vida tales como comer una dieta variada, con alimentos complejos de origen vegetal, pueden ayudar a revitalizar el sistema microbiano intestinal y todo nuestro paisaje corporal. Así que no estamos solos en nuestro cuerpo. Nuestros cuerpos son el hogar de millones de diferentes microbios y los necesitamos tanto como ellos nos necesitan. Cuanto más aprendamos sobre la interacción de nuestros microbios entre sí y con nuestros cuerpos, descubriremos cómo podemos nutrir a este mundo complejo e invisible que da forma a nuestra identidad personal, a nuestra salud y a nuestro bienestar.