When you walk into your neighborhood public library, you expect the librarian to help you find your next favorite book or some accurate information on a topic at interest. You don't probably expect the librarian to come running out from behind the reference desk with Narcan, ready to revive someone overdosing on heroin or fentanyl. But this is happening at some libraries.
Cuando vamos a la biblioteca pública del barrio, lo esperable es que el bibliotecario nos ayude a encontrar un libro especial o alguna información específica sobre un tema de interés. Lo que no esperaríamos es que el bibliotecario saliera presuroso de su mesa de recepción con Narcán, listo para revivir a alguien de una sobredosis de heroína o fentanilo. Pero esto es lo que está ocurriendo en algunas bibliotecas.
Public libraries have always been about community support with all kinds of services and programs from assisting with job seeking efforts to locating resources for voter rights to providing free meals to kids and teens even. But what we think of as community support takes on new urgency when you're in the middle of an opioid and overdose crisis.
Las bibliotecas públicas han sido siempre un sostén para la comunidad a través de todo tipo de servicios y programas, ayudando a quienes buscan empleo, asignando recursos por el derecho de los votantes y ofreciendo comida gratuita a niños y adolescentes. Pero ese apoyo a la comunidad debe paliar una nueva urgencia cuando se produce una crisis de opioides y de sobredosis.
I work at the McPherson Square Library of the Free Library of Philadelphia. It's located in Kensington, one of the lowest income communities in Philadelphia, with a long history of being isolated from resources and opportunity. And because of that, it has been the center to the city's drug trade and drug use for decades. And so inside the neighborhood, our library is nestled inside of a park, which has unfortunately garnered a reputation for being a place to find and use drugs, especially heroin, out in the open, putting us and the community in direct contact with the drug trade and use on a daily basis.
Trabajo en la Biblioteca McPherson Square de la Biblioteca Gratuita de Filadelfia. Está situada en Kensington, una de las comunidades de menores ingresos de Filadelfia con una larga historia de privación de recursos y oportunidades. Y por ese motivo es, desde hace décadas, el centro del comercio y el consumo de drogas en la ciudad. Dentro del barrio, la biblioteca está emplazada en un parque que se ganó una triste fama como lugar de venta y consumo de drogas, especialmente heroína, al aire libre, poniéndonos a nosotros y a la comunidad en contacto directo con el comercio y consumo diario de estupefacientes.
And so inside the library, it is routine to see people visibly intoxicated on opioids: eyes closing, body swaying slowly. It is routine for me to ask them if they are OK, but at the same time remind them if they can't keep their eyes open, they have to go. It is routine for our volunteer, Teddy, to pick up dozens of discarded needles on our property and throughout the park. And it is normal for kids to come into the library to tell me or our guard, Sterling, that someone is outside using, which typically means finding someone injecting on our front steps, benches or near the building, then asking them to move along because kids see them. And it is normal for the community to see people in various states of intoxication and withdrawal, to see people buying and selling, and to see people act and react violently.
Y, dentro de la biblioteca, es común encontrar personas visiblemente drogadas con opioides; se les cierran los ojos y tienen movimientos lentos e inestables. Tengo por costumbre preguntarles si se sienten bien, y a la vez les advierto que si no pueden mantener los ojos abiertos, deben retirarse. Es común que Teddy, nuestro voluntario, recoja decenas de agujas desechadas en la propiedad y en todo el parque. Y es normal que los niños vengan a la biblioteca para decirme a mí o al guardia, Sterling, que hay alguien drogándose afuera. Esto implica que cuando vemos a alguien inyectarse en las escalinatas de ingreso, en los bancos del parque o cerca del edificio, le pedimos que se retire porque los niños lo están viendo. Y es normal que la comunidad vea personas en distintos estados de intoxicación y de abstinencia, que vea personas comprando y vendiendo, que vea gente actuando y reaccionando con violencia.
I'm not sharing this to sensationalize Kensington. I'm sharing this because this is the reality of a community that is constantly striving to move forward, but due to factors like structural racism, urban segregation, the cyclical nature of poverty, of trauma -- the community has inequitable access to education, health care, employment and more. And this is also what it's like when the drug trade and use affects every aspect of life in the neighborhood. And the opioid epidemic has only amplified that stress.
No es mi intención hacer sensacionalismo con Kensington, sino contar la realidad de una comunidad que lucha todo el tiempo por salir adelante, pero factores como el racismo cultural, la segregación urbana, la naturaleza cíclica de la pobreza y el trauma impiden a la comunidad el acceso igualitario a educación, atención médica, empleo y demás beneficios. Y esto también sucede cuando el comercio y el consumo de drogas afectan todos los aspectos de la vida en el barrio. Y la epidemia de opioides no ha hecho más que profundizar ese problema.
When I was hired by the Free Library in 2013, I specifically chose to work at McPherson because I understand what it's like to grow up in an environment where substance use disorder shapes the everyday, and I wanted to use those personal experiences as a guide for my work. But before I get to that, I want to share what it was like to witness this epidemic grow in Kensington.
Cuando en 2013 fui contratada por la Biblioteca Gratuita, tomé la decisión de trabajar específicamente en McPherson porque sé lo que es criarse en un contexto donde los trastornos por consumo de drogas afectan la vida diaria y quise usar mi experiencia personal como guía de mi trabajo. Pero antes de referirme a eso, les contaré cómo fue ser testigo del crecimiento de esta epidemia en Kensington.
Like many other communities, we were just not prepared. We began to take notice of IDs we were seeing: addresses from nearby and upstate counties and then slowly out-of-state ones. People from Arkansas, Ohio, South Carolina, Alabama coming to Philadelphia for cheap heroin. People began to linger longer and longer in our public restroom, causing us to pay more attention to the restroom than to our daily responsibilities because it was an accessible place to use drugs just purchased. One day our toilet clogged so badly in the restroom, we were forced to close our library for two days because the culprit of the clog was discarded needles. For a while prior to that incident, we had been asking for a sharps container for the restroom, and after that, the library administration quickly approved installing one along with hiring bathroom monitors. And as the weather warmed, we struggled to respond. People began camping out in the park for days, weeks. You could walk outside on a sunny, warm day to find multiple groups of people in various states of intoxication and children playing in between them. The amount of needles collected by Teddy on a monthly basis skyrocketed from 100 to 300 to 500 to 800, to over 1,000, with many found on our front steps and the playground.
Al igual que muchas comunidades, simplemente no estábamos preparados. Empezamos por observar los documentos de identidad: los domicilios establecidos en condados vecinos y del norte y luego los establecidos fuera del estado. Gente de Arkansas, Ohio, Carolina del Sur y Alabama venía a Filadelfia para conseguir heroína a bajo precio. Muchos empezaron a demorarse cada vez más tiempo en nuestro baño público, lo cual hizo que prestáramos más atención al baño que a nuestras responsabilidades diarias, porque el baño era un sitio accesible para consumir la droga recién comprada. En una oportunidad, los inodoros se atascaron de tal manera que debimos cerrar la biblioteca durante dos días por la obstrucción que causaron las agujas desechadas. Antes de aquel incidente, veníamos insistiendo en la colocación de recipientes para objetos punzantes en el baño. Y después de ese episodio, la administración del lugar dio la inmediata aprobación para instalar uno y contrató vigilantes dentro el baño. A medida que los días se ponían más cálidos, nuestro trabajo se multiplicaba. Empezaron a acampar en el parque durante días, o semanas. Si uno salía a caminar en un día cálido y soleado, se encontraba con gran cantidad de personas en distintos grados de intoxicación y niños jugando entre ellas. La cantidad de agujas que Teddy recogía por mes trepó de 100 a 300, luego a 500, luego a 800, hasta superar las 1000 agujas, muchas de ellas tiradas en las escalinatas de ingreso o en el sector de juegos infantiles.
Then there were the overdoses. So many occurred outside in the park, some inside the library. Sterling, our guard, would spend his time walking in and out of the building and throughout the park, constantly making sure everyone was safe, because at times, our fear of having someone overdose and die came close. One overdose in particular occurred after school, so the library was full of kids, noise and commotion. And in all of that, we heard the thud from inside the public restroom. When we opened the door, we found a man on the floor, unresponsive. He was pulled out in plain sight of everyone -- kids, teens, adults, families. Someone on staff called 911, someone else escorted the kids and teens downstairs, somebody went to flag down the ambulance in the park. And the rest of us -- we just waited. This had become our overdose drill because at the time, it was all we could do. So we waited and we watched this man lose air -- seize up. He was dying. I don't know how many of you have witnessed an overdose on opioids, but it's horrific because you know the gasping for air, the loss of color in someone's face, is a timer running down on the chances of this person surviving. But luckily for this man, the ambulance arrived and he received a dose of naloxone through injection. And I remember he jolted like he was electrocuted, and he pulled the needle out, and he told the paramedics to back off. And then he stood up, and he walked out. And we -- we went back to work because people were still asking for time on the computers, kids still needed help with their homework and this was our job -- our purpose.
Luego ocurrieron los casos de sobredosis. Muchos sucedían afuera, en el parque; otros, dentro de la biblioteca. Sterling, el guardia, se pasaba el tiempo entrando y saliendo del edificio, recorriendo el parque, para asegurarse de que nadie corriera peligro, porque en ciertos casos temíamos que alguien muriera de sobredosis allí mismo. Tuvimos un caso de sobredosis después de la escuela. La biblioteca estaba llena de niños, bullicio y desorden. Y en ese momento, se oyó un golpe seco que provenía del baño público. Cuando abrimos la puerta, había un hombre en el piso, inconsciente. Lo retiraron a la vista de todos, de niños, adolescentes, adultos, familias. Un empleado llamó al 911, otro llevó a los niños y adolescentes al piso inferior, alguien fue al parque a esperar la ambulancia y el resto de los que allí estábamos simplemente nos quedamos esperando. Fue como un entrenamiento en caso de sobredosis, porque en ese momento era todo lo que podíamos hacer. Durante la espera, veíamos a este hombre perder la respiración, casi paralizado. Se estaba muriendo. No sé si han presenciado alguna vez una persona con sobredosis de opioides, pero es espantoso, porque uno sabe que la dificultad respiratoria, la pérdida de color en el rostro son la cuenta regresiva en sus posibilidades de supervivencia. Pero afortunadamente, la ambulancia llegó y le inyectaron una dosis de naloxona. Recuerdo que el hombre se sacudió como si lo estuviesen electrocutando, se quitó la aguja y pidió a los paramédicos que lo dejaran en paz. Se puso de pie y se marchó. Y nosotros regresamos al trabajo, porque había gente que nos pedía ayuda con las computadoras, niños que necesitaban apoyo con sus tareas escolares, y ese era nuestro trabajo, nuestra función.
I think that incident stays with me because of the waiting. It made me feel helpless. And it was that feeling of helplessness that reminded me so well of my childhood. Before I was born, both of my parents began using heroin. It made our lives chaotic and unstable: promises being made and constantly broken, their fighting, the weight of their secret -- the weight of our secret kept so much so-called "normal" out of our lives. Every time we'd be dropped off at our grandparent's house, I'd be stuck on the thought that I was never going to see them again. Every time we'd be left in a car, at a house, at a store, I'd cry. And every time I saw those El tracks -- the same ones I take to work now to McPherson -- from the backseat of a car, I'd be angry, because even kids know when their parents are trying to score drugs. There was so little I could do to control what was going on around me, that that feeling of helplessness was overwhelming. I struggled in school, struggled to read, I was prone to anger and depression. When I was 11 years old, I started smoking, which shortly after led to my own experiences with drugs and alcohol. I convinced myself that my parents' past would be my future. But eventually both of my parents entered recovery and maintained recovery from opioid use. And their strength and their commitment provided support and stability for me and my siblings, and it was those personal experiences that brought me to McPherson.
Creo que recuerdo tan bien aquel incidente por el tiempo de espera. Me produjo impotencia. Y fue ese sentimiento de impotencia lo que me recordó mi niñez. Antes de que yo naciera, mis padres comenzaron a consumir heroína, lo cual tornó nuestra vida caótica e inestable: promesas que nunca se cumplían, discusiones, el peso del secreto entre ellos, el peso de nuestro secreto excluía todo lo "normal" de nuestras vidas. Cada vez que nos dejaban en casa de mis abuelos, me asaltaba el pensamiento de que nunca los volvería a ver. Cada vez que nos dejaban en un auto, una casa o una tienda, yo lloraba. Y cada vez que veía esas vías del tren, las mismas que hoy uso para ir a trabajar a McPherson, desde el asiento trasero del auto, me enojaba, porque aun los niños se dan cuenta cuando sus padres tratan de comprar droga. Era tan poco lo que yo podía hacer para controlar lo que ocurría a mi alrededor que esa sensación de impotencia era agobiante. Era un esfuerzo ir a la escuela, me costaba leer, tenía tendencia a la ira y la depresión. A los 11 años empecé a fumar, y de allí pasé a experimentar con las drogas y el alcohol. Estaba convencida de que el pasado de mis padres sería mi futuro. Pero con el tiempo, ellos se recuperaron y no recayeron en el consumo de opioides. La fortaleza y el compromiso que demostraron nos dieron sostén y estabilidad, a mí y a mis hermanos, y fueron esas experiencias personales las que me trajeron a McPherson.
Choosing to be a librarian and choosing to be at McPherson was me letting go of that feeling of helplessness and finding ways to be supportive to others. And one way to provide support was learning how to administer Narcan. Public libraries respond to the needs of their communities, and not knowing how to utilize Narcan was a disservice to the needs of our community. We were on the frontlines and desperately needed access to this lifesaving tool. So finally in late February of 2017, after much advocating, we finally received training from Prevention Point Philadelphia and about a month of so later, I utilized Narcan for the first time to save someone's life. It was after school again, and Teddy came into the library and said someone was overdosing on a front bench. Someone on staff called 911 again, and I grabbed the Narcan kit. The woman was barely in her 20s and barely breathing. Her friend was frantically slapping her in the face in hopes of reviving her. I administered the Narcan nasally, and thankfully she came to. But before the ambulance arrived, she and her friend ran off. And when I finally turned around, I saw the kids -- kids that come into the library on a daily basis, some that I have known for years -- standing on the steps of the building. They saw everything. And they didn't seem like they were visibly upset or in shock, and so I walked into the building, right into our workroom, and I cried. I cried partly from the shock of what just happened because I never thought I'd be saving anybody's life ever, but I mostly cried because of the kids. This is their normal. This is the community's normal. This is a catastrophic normal, and in that moment, I was forced to confront once again that this should never be normal, and as with my childhood, when you're in it, you just accept it.
La decisión de trabajar como bibliotecaria y de formar parte de McPherson me permitió liberar esa sensación de impotencia y de encontrar la forma de ayudar a otros. Y una manera de brindar apoyo fue aprender a administrar Narcán. Las bibliotecas públicas responden a las necesidades de sus comunidades, y si no saben utilizar Narcán no pueden dar ese servicio de ayuda. Estábamos en el frente de batalla y necesitábamos imperiosamente acceder a esta herramienta para salvar vidas. Finalmente, a fines de febrero de 2017, luego de mucho insistir, recibimos capacitación del programa 'Prevention Point Philadelphia' y al cabo de aproximadamente un mes, usé Narcán por primera vez para salvar la vida de una persona. De nuevo, fue después de la escuela. Teddy entró a la biblioteca y avisó que alguien estaba con una sobredosis en el parque. De nuevo, un empleado llamó al 911 y yo recurrí al kit de Narcán. La joven tenía apenas 20 y tantos años, y casi no podía respirar. La amiga le palmeaba el rostro una y otra vez con la esperanza de revivirla. Le apliqué Narcán por vía nasal y por fortuna reaccionó. Pero antes de que la ambulancia llegara, ella y la amiga se marcharon corriendo. Cuando me di vuelta, vi a los niños. Niños que visitan la biblioteca a diario, algunos de los cuales conozco desde hace años, parados en las escalinatas del edificio. Y lo vieron todo. Pero no se los notaba afligidos ni conmocionados. En ese momento entré, fui a la sala de trabajo y rompí en llanto. Lloré en parte por la conmoción de lo que acababa de ocurrir, porque nunca imaginé que salvaría una vida, pero lloré más que nada por esos niños. Ellos viven esto como algo normal. Esto es normal en la comunidad. Esta es una normalidad catastrófica, y en ese momento debí enfrentar nuevamente la realidad de que esto nunca debía ser lo normal. Y como ocurrió en mi niñez, cuando uno está adentro, lo acepta sin más.
The opioid epidemic is not just about those living with opioid use disorder because the reach of the epidemic goes well beyond those living with this and their families. It impacts the entire community. Kensington was a community in crisis before this for reasons that are endemic and intertwined, and anyone familiar with the neighborhood can think of why: racial disparities, failure of local and federal government to properly fund schools, lack of economic opportunity. And what we're trying to do at McPherson is find ways to support this community out of crisis. And perhaps now, because of the epidemic, more people are paying attention to Kensington. But regardless of that, at McPherson, we will continue to do what we can with the resources we have and we will continue to provide whatever help we can in hopes of keeping our community safe and healthy because public libraries have always been more than just books. We are physical shelter, a classroom, a safe haven, a lunch room, a resource hub and yes, even a lifeline.
La epidemia de opioides no afecta tan solo a quienes padecen de trastornos por el consumo, pues el alcance de la epidemia trasciende al consumidor y a sus familias. Afecta a toda la comunidad. Kensington era una comunidad en crisis antes de esto por razones que son endémicas y están entrelazadas, y quien conozca el barrio puede decir por qué: diferencias raciales, inoperancia del gobierno local y federal para destinar fondos suficientes a las escuelas, falta de recursos económicos. Lo que intentamos hacer en McPherson es buscar la manera de ayudar a esta comunidad a salir de la crisis. Y quizá ahora, gracias a la epidemia, se esté prestando más atención a Kensington. Pero independientemente de eso, en McPherson, seguiremos haciendo lo posible con los recursos que tenemos y seguiremos brindando todo el apoyo necesario para mantener la seguridad y la salud de la comunidad, porque las bibliotecas públicas siempre fueron más que una mera colección de libros. Somos un refugio físico, un aula, un puerto seguro, un comedor, un centro de recursos y sí... también una tabla de salvación.
Thank you.
Gracias.
(Applause)
(Aplausos)