When trains began to shuttle people across the coutryside, many insisted they would never replace horses. Less than a century later, people repeated that same prediction about cars, telephones, radio, television, and computers. Each had their own host of detractors. Even some experts insisted they wouldn’t catch on.
Cuando los trenes comenzaron a transportar personas a través del campo, muchos insistieron en que nunca reemplazarían a los caballos. Menos de un siglo después, la gente repitió lo mismo sobre los autos, teléfonos, radio, televisión, y computadoras. Cada uno de ellos tuvo su multitud de detractores. Incluso algunos expertos insistieron en que no durarían.
Of course, we can’t predict exactly what the future will look like or what new inventions will populate it. But time and time again, we’ve also failed to predict that the technologies of the present will change the future. And recent research has revealed a similar pattern in our individual lives: we’re unable to predict change in ourselves. Three psychologists documented our inability to predict personal change in a 2013 paper called, “The End of History Illusion.” Named after political scientist Francis Fukuyama’s prediction that liberal democracy was the final form of government, or as he called it, “the end of history,” their work highlights the way we see ourselves as finished products at any given moment.
Por supuesto, no podemos predecir cómo será el futuro o qué nuevos inventos lo poblarán. Pero una y otra vez, tampoco hemos podido predecir que las tecnologías del presente cambiarán el futuro. Un estudio reciente ha revelado un patrón similar en nuestras vidas: somos incapaces de predecir el cambio en nosotros mismos. Tres psicólogos documentaron nuestra incapacidad para predecir cambios en un artículo en el 2013 llamado "La ilusión del final de la historia". Llamado así por la predicción del científico político Francis Fukuyama de que la democracia liberal era la forma última de gobierno o lo que él llamó: "el final de la historia", su trabajo subraya la forma en que nos vemos como productos terminados en cualquier momento dado.
The researchers recruited over 7,000 participants ages 18 to 68. They asked half of these participants to report their current personality traits, values, and preferences, along with what each of those metrics had been ten years before. The other half described those features in their present selves, and predicted what they would be ten years in the future. Based on these answers, the researchers then calculated the degree of change each participant reported or predicted.
Los investigadores reclutaron cerca de 7000 participantes de entre 18 y 68 años. Pidieron a la mitad de los participantes informar sobre su personalidad actual, valores, y preferencias, junto con cómo habían sido estos valores diez años antes. La otra mitad describió estas características en su yo actual, y predijeron cómo serían en 10 años. En base a estas respuestas, los investigadores calcularon el grado de cambio que cada participante relató o predijo.
For every age group in the sample, they compared the predicted changes to the reported changes. So they compared the degree to which 18-year-olds thought they would change to the degree to which 28-year-olds reported they had changed. Overwhelmingly, at all ages, people’s future estimates of change came up short compared to the changes their older counterparts recalled. 20-year-olds expected to still like the same foods at 30, but 30-year-olds no longer had the same tastes. 30-year-olds predicted they’d still have the same best friend at 40, but 40-year-olds had lost touch with theirs. And 40-year-olds predicted they’d maintain the same core values that 50-year-olds had reconsidered. While older people changed less than younger people on the whole, they underestimated their capacity for change just as much. Wherever we are in life, the end of history illusion persists: we tend to think that the bulk of our personal change is behind us.
Por cada grupo de edad en la muestra, compararon los cambios predecidos con los cambios relatados. Compararon el grado en que los de 18 años pensaron que cambiarían con el grado en que los de 28 años informaron que habían cambiado. Abrumadoramente, en todas las edades, las estimaciones futuras de cambio de las personas se quedaron cortas en comparación con los cambios que sus contrapartes mayores recordaron. Los veinteañeros esperaban que les gustaría la misma comida a los 30, pero los treintañeros ya no tenían los mismos gustos. Los treintañeros predijeron que tendrían el mismo mejor amigo a los 40, pero los de 40 años, habían perdido contacto con ellos. Y los de 40 predijeron que mantendrían los mismos valores primordiales que los de 50 años habían reconsiderado. Mientras que las personas mayores cambian menos que los jóvenes en conjunto, igualmente subestimaron su capacidad de cambio. Donde nos encontremos, la ilusión del final de la historia persiste: pensamos que la mayoría de nuestro cambio personal está a nuestra espalda.
One consequence of this thinking is that we’re inclined to overinvest in future choices based on present preferences. On average, people are willing to pay about 60% more to see their current favorite musician ten years in the future than they’d currently pay to see their favorite musician from ten years ago. While the stakes involved in concert-going are low, we’re susceptible to similar miscalculations in more serious commitments, like homes, partners, and jobs. At the same time, there’s no real way to predict what our preferences will be in the future. Without the end of history Illusion, it would be difficult to make any long-term plans.
Una consecuencia de esta forma de pensar es que tendemos a sobreinvertir en elecciones futuras basadas en nuestras preferencias actuales. En promedio, la gente está dispuesta a pagar un 60 % más para ver a su músico favorito actual dentro de 10 años de lo que actualmente pagan por ver a su músico favorito de hace 10 años. Mientras lo que está en juego con ir a conciertos es poco, somos susceptibles a cometer errores de cálculo con compromisos más serios, como casas, parejas y trabajos. Al mismo tiempo, no hay una forma real de predecir cuáles serán nuestras preferencias en el futuro. Sin la ilusión del final de la historia sería difícil hacer planes a largo plazo.
So the end of history illusion applies to our individual lives, but what about the wider world? Could we be assuming that how things are now is how they will continue to be? If so, fortunately, there are countless records to remind us that the world does change, sometimes for the better. Our own historical moment isn’t the end of history, and that can be just as much a source of comfort as a cause for concern.
Así que la ilusión del final de la historia se aplica a nuestras vidas pero, ¿qué hay del resto del mundo? ¿Podrías estar asumiendo que las cosas seguirán como hasta ahora? Si es así, afortunadamente, hay innumerables registros para recordarnos que el mundo cambia, a veces para mejor. Nuestro propio momento histórico no es el final de la historia y esto puede ser tanto un motivo de tranquilidad como causa de preocupación.